viernes, 3 de junio de 2011

Nunca una vida tuvo menos sentido.

-¡Eh!- grité a la puerta cerrada del baño del local- ¡Deja ya de meneártela, maricón!
-¡Te esperas, chaval!- contestó Church desde dentro.
Puto cristiano, pensé hastiado de esperar, que ya llevaba allí dentro diez minutos y yo rabiaba por entrar en el puto baño. Era mi mejor amigo, pero a veces me ponía de los nervios con tanto rezo y reflexión de pecados, si al fin y al cabo no es que hubiera esperado al matrimonio para perder la virginidad. que si eso ya la había perdido más veces de las que recordaba. La puerta se abrió por fin y Mike, o Church para nosotros, salió y chocamos las manos como de costumbre. Hice ademán de entrar, sin embargo él me detuvo, agarrándome por el hombro.
-Will, tenemos que actuar esta noche- me recordó, adoptando la cara seria que sólo utilizaba en momentos importantes.
-No vamos a actuar, ya lo he dicho- pensé que había cortado de cuajo la conversación, pero Mike me detuvo de nuevo-. Tío, me estoy meando.
-Va en serio, capullo.
-Te va a castigar Dios por decir tacos.
-De verdad, Will, no puedes abandonar el grupo- mi amigo me miró realmente apenado. Pero su cara de cordero degollado ya no funcionaba conmigo. La decisión estaba tomada.
-Me va a reventar la polla, Mike- me zafé bruscamente de su mano y entré, cabizbajo y con el amargo sabor de la traición en la boca. Había abandonado al grupo, al que yo mismo forme con tanto esfuerzo y horas de dedicación e insomnio, componiendo letras desde el alma y agregando música desde mis dedos hasta el contacto con las cuerdas de mi guitarra. Aposté por un número imposible y, tras mucho tiempo creyendo que los dados girarían a mi favor y mis cartas eran las mejores, perdí el juego y el casino de la fama se me antojaba ahora translúcido y lejano, cuándo días antes había rozado las puertas con la punta de los dedos.
Desde siempre había tenido problemas familiares. A mi madre la odiaba y eran muchas las veces en las que me echaba de casa cuando discutíamos, para luego dejarme volver como un perro sin techo al que se le ofrece una chimenea y un mísero mendrugo de pan. Y por mucho valor con el que tenga el pecho henchido, siempre acabo volviendo con la dignidad entre las piernas y arrastrándo el orgullo por el suelo.
Pero esta vez era distinto. Me iba de verdad. La semana que viene desaparecería de Detroit para siempre y nadie volvería a saber más de mí. Por mi parte y en lo que a mí conscierne, el grupo quedaba disuelto, allá los demás si querían seguir y buscar otro vocalista, pero William Hendrik no volvería a los sucios escenarios de una polvorienta y olvidada ciudad. Me iba a Nueva York, a empezar de cero mi vida, sin conflictos familiares.
Nunca una vida tuvo menos sentido que la mía, sin embargo, pretendía darle el valor que merecía.
Pero, sin embargo, no podía dejar de pensar en que siempre estaba huyendo.

Bueno, esto es un adelanto de mi nueva historia, Detroit's Rapsody (La rapsodia de Detroit). Básicamente va de la vida de William Hendrik y su lucha contra sí mismo para conseguir lo que quiere. No le importa irse con tal de alcanzar su mayor deseo: cantar en un grupo de rock. Sin embargo, muchas cosas lo atarán a  Detroit, impidiéndole ir. ¿Comprenderá que ése es su sitio?
Le dedico este fragmento especialmente a Diana Kirta Palace Escritora, porque fue la primera en ver nacer esta historia.

jueves, 2 de junio de 2011

Siempre me hacía sonreír, sin ni siquiera conocerme.

Siempre llegaba a casa cansada, con el ánimo decaído y el abatimiento engulliendo toda la energía que quedaba en mi maltrecho cuerpo. Cada noche parecía la misma. Me duchaba, dejando que el agua eliminase toda la suciedad de la sociedad putrefacta que se adhiere a nuestra piel sin querer, me ponía en pijama dejando claro a las estrellas que iba a tener dulces sueños y cenaba poco, aunque luego caía en la tentación de darme un gusto con un helado de vainilla. Acto seguido, continuaba mi ritual de buenas noches asomándome a la ventana.
Ésa noche hacía frío y el aire se colaba entre las ramas de los árboles como la singonía de una flauta dulce a través de las aperturas. Me revolvía el cabello rojo oscuro, que se me pegaba al rostro con suavidad. El paisaje era siempre el mismo y siempre estaba él para completarlo. Encajaba tan perfecto como una pieza de un puzzle inacabado, que sólo fuese finalizado con la belleza de sus rasgos delgados y duros.
El joven se sentaba frente a mi casa, apoyándo la espalda en la pared de ladrillo de los pisos nuevos. Tenía el pelo negro y ya le tapaba los ojos, azules y brillantes, semejantes al agua del mar, salada como las lágrimas que caían a veces por sus mejillas. Pero él nunca dejaban que corrieran. Llevaba allí más de diez años, y noche tras noche él acudía a su cita con la luna. No tenía nunca nada que llevarse a la boca y no le protestaba al aire por ser tan frío; miraba sin ver, y a sus ojos no podía llegar más imágen que la que éwl mismo ofrecía, sin embargo, tiene mucho tiempo para oír la rapsodia de la calle y reconocía a cada vecino que allí vivía.
No quería ayuda de nadie y la beneficencia no era para él un recurso indispensable. No iba al comedor social, ni pedía limosna; se limitaba a estar ahí sentado. A las espaldas, algunos lo criticaban y le decían sucio y piojoso, no querían respirar su mismo aire y lo llamaban estúpido pobre. Pero ellos son tan pobres que sólo tienen dinero.
Él era la imagen del valor, de los héroes sin capa y espada, de los reyes sin corona, de los ángeles sin alas. Guardián de la calle que nunca descansaba; que dormía al raso frío y no conocía la palabra humildad. Sin emabrgo, nunca vi una persona tan desconocida y cercana.

martes, 24 de mayo de 2011

Sentimientos a la interperie

Desde que te fuiste, Amor, apenas me apetece probar el exilir de ambrosía en la copa de la vida. No veo sentido alguno caminar por las calles en las que tiempo atrás me paseabas de la mano y no sé si es coherente eso de comer y dormir, si ya no sirve para que vuelvas. Alegría también ha optado por marcharse y no logro si quiera que pase por casa un ratito, aunque sea pequeño, que se tome un té y charlemos. A veces creo que se fugó contigo. Normalmente me encuentro con Tristeza vagueando por las avenidas oscuras de mi corazón, y eso que hace tiempo que no la veía, siempre cuando menos la espero y cuando me saluda, me quedo con cara de no saber contestar. Además, siempre se sienta en mi cama, sin que nadie le haya dado permiso, ella es así de pesada. Me he acostumbrado a su compañía, casi nunca habla y no me molesta, pero sí es cierto que me inquieta cuando noto su fría mirada clavada como acero en mi nuca, mirando como escribo cartas a Amistad pidiéndole que me llame y quedemos en el parque de siempre o, simplemente, para preguntarle si se acuerda de mí alguna vez. También ha regresado Soledad, ¡qué de tiempo sin tí!, me atreví a decirle la primera vez que me la crucé por las escaleras de mi mente. Es dulce y mimosa, no para de abrazarme y me acompaña a todos lados; son pocas las veces en las que no conversamos animadamente, aunque Silencio llegue enfurruñado y nos haga callar. El otro día vi a Amargura istalada en mi cuarto. No quiero que se quede mucho tiempo, siempre ha sido bastante antipática y cítrica como un limón aunque, ¿sabes?, se queda conmigo en los peores momentos, cuando el señor Tiempo se va tan rápido como ha venido, y sin avisar.
Tengo miedo de que aterrice al avión de Apatía sobre esta pista, porque, de ser así, ya no podría amarte como ahora. Pero quizás sea lo mejor, olvidarte. Debo de tener su número de móvil bajo la almohada.